Sus pasos en mi boca.

 

No era la primera vez que ella llegaba tarde. Entró descalza.

Sus tacones negros, esos que siempre llevaban la noche pegada a las suelas, descansaban junto a la puerta.

Entró como si supiera lo que hacía conmigo.

Sus pies desnudos, con las uñas de color rojo sangre y su piel suave, marcaron cada baldosa con un ritmo lento.

– ¿Estuviste esperando mucho?- Preguntó sabiendo la respuesta. Asentí, porque la voz se me quedó atrapada entre el deseo y la vergüenza.

Se sentó frente a mí y alzó unode sus pies hacia mi boca, con una calma exquisita y sin pensarlo, me rendí.

El sabor de su piel era tibio, ligeramente salado, como el borde de un cóctel prohibido.

Ella me observaba con una media sonrisa y me encanta.

Cada dedo era un ritual, cada roce, una orden muda. Yo, esclavo de sus pasos no quería otra cosa que quedarme ahí en el suelo.

Ella no decía ni una palabra, pero sus pies hablaban un idioma que solo yo entendía, con cada roce, con cada beso, cada vez que lamía cualquier parte de ese pie perfecto, que parecí esculpido para la devoción.

– Más despacio, no tenga prisa- me susurró.

Y yo obedecí, lamí como quien saborea un manjar reservado solo para elegidos. Mis manos temblaban, mis labios no.

Ella se levantó y se recostó en el sillón, extendiendo las piernas, ofreciéndose.

Me dejo, pasarle la lengua por el talón y apenas el borde del dedo gordo de su pie. Su risa fue baja pero deliciosa.

– Mira que eres con tan poco…- dijo con cierta ternura perversa- Y todavía o usé ninguna palabra dura-.

Me estremecí, quería más. Quería sus ódenes, su voz autoritaria, sus dedos tirando de mi pelo,pero también me encantaba esta versión suya, cruel y delicada, dueña de cada segundo.

Deslizó su otro pie, por mi pecho, lento, presionando apenas, jugando con mi respiración.

Y de repente, me empujó hacia atrás, con la punta de sus dedos.

Cayó sobre mí con la elegancia de una reina, sentándose sobre mi pecho, con su peso justo, con sus piernas a ambos lados. Puso sus pies sobre mi cara, suaves, inevitables…

Su perfume bajó como una bruma cálida. Su risa volvió a sonar, y los dedos de su mano juguetearon con mi deseo creciente, parecía que esto, acaba solo de empezar.

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